¿Ha pensado alguna vez, como se forma la historia del YO. Ese ser individual que somos, y hace que nos diferenciamos del tú, él, ella o ello?
Si tiene la suerte de tener niños cercanos de 2 a 3 años, obsérvenlos. No tienen “yo” definido, sólo son seres humanos que han llegado a este mundo. Por imitación van aprendiendo lo que son; mejor dicho, lo que llegarán a creer que son.
Observe la influencia social que ejercen los seres humanos más cercanos a él. Son sus modelos. A través de la imitación van registrando en su mente, el lugar que ocupan y lo que son. Todo es aprendido de otros que han tomado de modelo, los cuales han aprendido a ser lo que son, mediante la interpretación del mundo que les rodea.
Esos aprendizajes quedan grabados en su memoria, y posteriormente se convierte en conducta, es lo que se denomina “aprendizaje condicionado”.
Este aprendizaje condicionado es lo que va creando nuestro “YO”. Este “YO” que nos parece tan individual y personal; probablemente sea un “YO social”. Estamos forjados por nuestros genes y nuestro entorno. No en vano Ortega y Gasset comentó: “Soy yo y mis circunstancias”.
En estas condiciones estamos acostumbrados a reaccionar automáticamente ante cualquier estímulo. Pero el sistema nervioso tiene un error extraordinario. Cuando estamos tranquilos, la información pasa por el sistema nervioso central. En ese momento podemos procesar la información más pausadamente. Y otra dimensión entra en nuestras vidas: “El razonamiento”.
Este razonamiento rápidamente se integra para ayudar al “aprendizaje condicionado”. Lo cual es muy efectivo en momentos de peligro. Pero hemos llegado a un nivel social donde esa situación, perfectamente válida en la vida salvaje, pierde su eficacia; ya que la mayor parte del tiempo no tenemos que defendernos, ni huir. Tenemos el lujo de vivir tranquilamente, incluso alcanzando la quietud. Si existe un paraíso terrenal, quizás sea éste. Pues como decía un poeta:
“Dicen que tendremos el cielo
que en la Tierra nos ganemos
pero el premio siempre es triste
porque tienes que morirte
para que lo disfrutemos”.
¡Cuánto sufrimiento en busca de un bienestar, en este caso “el cielo”, que probablemente se encuentre en este mundo terrenal. Más que “cielo” prefiero llamarlo “quietud”, me es más cercana y más fácil de conseguir.
¿Por qué nos cuesta tanto?
Probablemente por el “YO” que nos hemos fabricado.
¿Cómo salir de este ciclo infernal?
Pues aprovechando el sistema nervioso central. Este está presente cuando estamos tranquilos (la tranquilidad está muy cercana a la quietud) y aprendiendo a observar. La práctica de la meditación trascendental es muy eficiente para ésto. Con ello conseguimos usar más el sistema nervioso central que el sistema nervioso autónomo (el gran protector de nuestros ancestros). Y con ello el concepto del “Yo” que es el inicio del “ego”, comienza a desaparecer. Sabes que estás aquí, que tienes cualidades diferentes al resto. Pero también que procedes de la misma esencia y que la eternidad personal es tu presencia (estar presente ahora).
La eternidad general (la supervivencia de la especie) se encuentra en los genes. Si quieres permanecer en forma de cadena de ADN. Tu “yo” desaparece, pues tu descendencia que es la que los portará tendrán su propio “yo”. Si tu obsesión es trascender, sólo podrás hacerlo en el momento presente (que es el único que tienes), y tu “Yo” considéralo una posición social; porque es relativo y cambiante, aunque te parezca permanente. Por eso, identificarte con tu “Yo” te hace desgraciado, pues tu personalidad cambia según las circunstancias, y el “Yo” “muere” a cada instante.
Ésto hace que te sientas desdichado y sufras, pues venimos preparados para sobrevivir. La muerte física sólo se dá una vez, la del “Yo” infinidad de veces. Es bueno des-identificarse de la historia del “yo”, pues nos causa sufrimiento inútil.
El “Yo” nos es muy útil para usarlo socialmente. Pero cuando estamos con nosotros mismos nos produce más daño que beneficio. Disfruta de la historia de tu “Yo” pero no te identifiques con él, pues eres superior a él.